Con la cara mojada

de tanto llorar en el baño de

un antro, transpirada

de bailar trayendo el tiempo

a ella,

disuelta bajo un chorro de

agua que sintió un bautismo

de sí misma,

estampó una expresión hueca

en un papel de nada,

una servilleta.

              Pintura primitiva.

Con eso juraba

ya no

perder los dientes

ni hundir los ojos

en la complacencia risueña

que se reclama a las mujeres.

Selló su gracia entre dos canillas,

frente a un espejo:

en el aire que en alguna parte

es color celeste.


Belén Coluccio